Olvidemos la excelencia

Desde siempre hemos escuchado que debemos buscar la excelencia en todo lo que hacemos. Esto nos hará personas y trabajadores excelentes, pero no será gratuito.
La relación entre el esfuerzo dedicado y el resultado obtenido no es lineal, sino exponencial. Evidentemente, a mayor dedicación, mayor nivel de excelencia, pero a partir de un determinado momento, una mínima mejora en el resultado supone una gran dedicación de esfuerzo.

Olvidemos la excelencia
Desde el punto de vista empresarial, podemos encontrarnos con la situación de que, para mejorar mínimamente un producto, tengamos que hacer tal inversión de tiempo y recursos que convirtamos un producto rentable en uno que deja de serlo.
Por este motivo, antes de iniciar cualquier proyecto, es conveniente:
· Ser realista: No es lo mismo plantearse correr un maratón si llevamos años manteniendo unos hábitos sedentarios que si lo hacemos después de haber estado entrenando durante años.
· Marcar objetivos: Más que la excelencia, lo que debemos buscar es un nivel de calidad determinado que sea asumible y realista. Siguiendo el ejemplo anterior, la persona sedentaria deberá empezar corriendo unos pocos kilómetros el primer mes. Si lo consigue, ya llegará el momento en el que se marque los 42.
Como toda virtud, cuando se da en exceso, la autoexigencia puede llegar a ser un defecto. El exceso de exigencia puede dar lugar a:
· Baja autoestima: los perfeccionistas nunca están satisfechos con el trabajo que hacen. Suelen centrarse en aquello que debe mejorarse. Si es excesivamente autoexigente, el corredor que era sedentario hace unos meses y que parecía que jamás correría un maratón, se sentirá mal porque, cuando ha conseguido la hazaña, no ha sido capaz de bajar de un tiempo determinado.
· Hace bajar la productividad: Como ya hemos comentado, llega un momento en el que, para mejorar un poco, hace falta dedicar muchos recursos. Los primeros días de entrenamiento, la evolución es increíble, pero los corredores de élite deben entrenar muchísimas horas para conseguir rebajar apenas unas décimas de segundo.
· Baja la rentabilidad: Ligado con el punto anterior, si necesito mucho más tiempo para mejorar mínimamente un producto, podré subir el precio mínimamente, pero mi gasto habrá crecido mucho más.
Más que buscar la excelencia, debemos fijar unos estándares de calidad y, a partir de ellos, buscar la mejora continua.

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